¿Los objetos tienen consciencia o están programados para tomarnos el pelo?
Cada día, guiado por la rutina, coloco las llaves de casa en el mismo sitio. Diez años colgándolas en el ganchito que hay detrás de la puerta y cuando voy a cogerlas al día siguiente, ¡sorpresa, no están!
Esto es motivo de grandes rabias y de un profundo desconcierto interior. Tu día anterior pasa ante ti, no necesitas una terapia regresiva…ves cada detalle paso a paso…las saqué del bolsillo, la introduje en la cerradura, las giré y…¡sonó el móvil! Era mi amigo Juan, hacía tanto que no hablaba con él que nos pusimos a charlar y charlar alegremente. Entré en casa y allí estuvimos un buen rato. Colgué y me puse a hacer otras cosas.
Entonces se hizo la luz: las llaves seguían en la puerta. Abrí y allí estaban, esperándome. Suerte que mis Angeles Guardianes las hicieron invisibles para que ningún vecino pudiera verlas y quitármelas, menuda faena.
Otro día, fue peor. Al entrar a casa en lugar de ponerlas en el dichoso ganchito, las metí en el bolsillo del pantalón. ¿Porqué ese gesto inconsciente si siempre las cuelgo detrás de la puerta? ¿Acaso activaron su malvado programa para jugar con los humanos?
Justo ese día a mi mujer se le ocurre meter los pantalones en la lavadora, ¿a quien se le pasaría por la cabeza buscar allí? ¿No estarán compinchadas las mujeres con las llaves?
Ante tantas desapariciones he tenido que hacer copias y copias. Pero claro, no penséis que tengo todas esas copias por si desaparece el original. Para nada, las copias son aun peores. Llevan grabado un mensaje de “autodestrucción después del primer uso”. Solo aparece el original, cuando quiere.
Las llaves, al igual que los humanos, tienen sus días juguetones. El día que están de guasa no hay quien las soporte. Esto puede durarles días y días. Lo extraño es que como ya lo se, tengo todavía más cuidado a la hora de colgarlas. Pues no hay forma, ellas lo saben, y llegado este momento se me hace como un vacío mental y no puedo recordar donde están.
Ante tanto jueguecito, decidí plantarme y les envié un sms para planificar una reunión urgente en el salón. Tenía claro que las iba a poner firmes y si se rebelaban, incluso desprogramarlas para borrar su instinto de cachondeo.
¡Podeis creerlo, no vino ninguna! ¡Qué desfachatez! Corté por lo sano y les cambié el llavero. Esto no les gusta nada, son super conservadoras. El nuevo era gordo, feo, se veía a la legua porque tenía unas luces y unos sonidos terribles
No volví a ver las llaves. Algunos expertos en comportamiento de llaves me dijeron que en casos extremos, por estrés, las llaves se suicidan. ¿En serio? Esto es muy grave…¿Dónde estarán ahora? ¿en el purgatorio de las llaves? ¿se puede hacer algo para evitar su sufrimiento, con algún tipo de ritual u ofrenda?
Mi aventura más bonita con los objetos fue con una escoba. ¡Qué momentos tan felices me hizo vivir! Por alguna extraña razón me hechizó desde el primer momento, fue un flechazo.
Qué bien amontonaba el polvo y las pelusillas, sin resistencias. Noté claramente que entre ella y el recogedor había algo muy serio. Tras echarle los polvos y la basurilla a su amigo el recogedor, lo vaciaba y les dejaba a solas, en su nidito de amor.
Era emocionante verles tan unidos, tan compenetrados. Me encantaba barrer y eso le resultaba raro a mi mujer. Nunca antes me había pasado.
Pasó el tiempo y un día me di cuenta que había llegado el final de la escoba. Sus pelillos estaban desgastados, ya no podía con el polvo ni las pelusillas. No lograba llevarlo hasta el recogedor…fue muy duro prescindir de ella y el recogedor nunca se recuperó.
La siguiente escoba me amargó la vida. Era todo lo contrario, sacaba lo peor de mi, qué tía tan prepotente. Había que empujarla para que hiciera su trabajo, se atascaba, se quedaba pegada al suelo y no había forma de llevar esa basura al recogedor.
Notaba claramente como me retaba. Asi es que me puse serio y se lo dije claramente: hoy es tu último día en esta casa, te cambio por la fregona. Allí se quedó en un rincón, abandonada, con toda la eternidad para meditar sobre su actitud.
¿Cómo es posible que no descubriera a la fregona hasta ese día? Qué maravilla, con qué gracia y dulzura movía sus pelillos de tela por el parquet. Estaba hechizado ante tanta belleza. Bailábamos por la casa. De nuevo mi mujer empezó a mirarme con cara rara, era comprensible, los humanos y los objetos somos razas diferentes, ¿qué estaba pasando para que hubiera esa química? ¿porqué le pedía con tanta insistencia que me dejara a mi limpiar el suelo?
Uno de los objetos chungos de la existencia es el cable. Aún no entiendo su programa. Se supone que son necesarios para los objetos que necesitan enchufarse a la red eléctrica, ¿pero porqué se pasan la vida enrollándose entre ellos?
Tengo la certeza de que siempre los coloco rectos, sin entremezclarse con los demás. Pero cuando voy a por ellos, ¡ya la han liado! Qué manía, cómo lo haceis para formar ese lío de cables…me recuerda a los cables mentales, a los que se nos cruzan a nosotros, ¿tendrá algo que ver conmigo?
¿El Creador en su infinita sabiduría habrá creado a estas criaturas para que despertemos consciencia o realmente está en su torpe naturaleza enrollarse así?
¿Cómo logran moverse con tanta soltura y crear ese embrollo? La historia es que aunque he tratado de razonar con ellos, no me hacen ni caso. Siguen haciéndolo y no soporto que se rían de mi…no es que les oiga reírse, pero como humano cuando no me hacen caso, entiendo que se está burlando de mi ¿no es lógico? ¿A quien le gusta que le ignoren o le hagan el vacío? Que te reconozcan, aunque sea un simple cable!
Mi mujer ya no me deja tocar los cables porque en una de mis peleas me cargué unos cuantos objetos a los que le tenía cariño…me vió amenazándoles y hablando con ellos…por el rabillo del ojo, pude ver como me miraba con cariño, pensando: ¿qué hará esta criatura razonando con unos simples cables?
Me pregunto si al resto de los humanos les pasará todo esto o es una confabulación contra mi para aprender algo de ese extraño mundo inerte.
De todos los objetos, el aspirador se lleva la palma. Hace tiempo me tocaba ayudar a mi madre limpiando oficinas y mi tarea consistía en pasar el aspirador. Al principio me divertía, me parecía genial ese aparato que absorbía y trabaga todo lo que pillaba, menudo estómago tiene el bicho.
Pero llegó un momento en que me sacaba de mis casillas. Se ponía chulo el tío y encima como se alimenta de electricidad, se crecía. Menudo carácter tienen los aspiradores.
Yo tiraba para un lado y él, venga a resistirse y quedarse atascado con las patas de las sillas, de las mesas o a la entrada en las puertas. Fue un tira y afloja durísimo. Cada vez que mi madre indicaba en dirección al aspirador para hacerme ver que esa era mi tarea, le cogía un asco…¡a mi madre y al bicho ese! Ella nunca lo entendió.
Llegó un momento en que le trataba con mucha dureza, le daba patadas a escondidas, empezaron los malos tratos por ambos lados y eso tuvo un desenlace fatal. Mi madre que de tonta no tiene un pelo, lo vió y nos impuso eso que llaman “orden de alejamiento”. No me permitía acercarme a él, porque nada más vernos nos lanzábamos unas miradas terribles. ¡Qué asco y repulsión!
Necesité tiempo para recuperarme de esta experiencia. No recuerdo que fue de ese tipejo, ni me importa.
¿Existe algún tipo de Comité o centro rehabilitador y educador para los objetos caseros? Gente especializada que pueda formar y educarles para que nuestra vida sea más placentera y no tengamos esos lios que nos causan estragos mentales y emocionales? ¿o será que me lo tengo que hacer ver?
Con el mando a distancia de la tele tuve grandes vivencias. Siempre lo dejaba encima de la mesa, junta a ella, noche tras noche.
Al día siguiente nunca estaba allí. Vamos, estaba claro que tenía algún tipo de mecanismo invisible para moverse. Asi es que me compré una lupa de aumento para mirarle con precisión.
Siempre aparecía debajo del sofá. ¿Qué narices había allí para que sintiera esa irresistible atracción?
Lo miré exhaustivamente. Ni una pata, nada que pudiera explicar esas salidas nocturnas.
Como siempre, tomé medidas. Una noche me quedé a oscuras, delante de la puerta del salón armado de una linterna y la cámara para grabar el momento.
Esperé y esperé…vaya, ¿sería posible que justo esa noche el tío no iba a hacer de las suyas? Estaba a punto de dormirme cuando de repente oí un ruido seco: el mando ya estaba en el suelo, una vez más se había tirado de cabeza, dispuesto a correr por el salón.
Enfoqué la linterna hacia él y efectivamente, se arrastraba y arrastraba hacia el sofá, hasta desaparecer bajo él…pero la sorpresa vino al ver que el gato lo iba empujando entre parta y pata como un jugador de fútbol, hasta meterlo en la portería y saborear su victoria. ¡Eso era! ¡Se trataba del gato!
¡Qué decepción, se me rompieron todos los esquemas! Como cuando te dicen que los Reyes Magos no existen, y que son los padres. Pues si, era el gato.
¿Entonces todo tenía una explicación lógica? Los objetos no llevaban ningún programa inteligente para hacer de las suyas? ¿Todo era una paranoia mía?
Con cariño.
Harxhelish